Sonoros saludos a tod@s!!!
Inauguramos el especial «Montadores, Directores….Y el Silencio!!!». Este mes el Montador/diseñador de sonido Iñaki Sánchez nos trae sus pensamientos y reflexiones acerca del concepto y la utilización del silencio en el montaje/diseño de sonido.
Agradecemos especialmente a Iñaki su predisposición y colaboración para la realización de este artículo.
EL SILENCIO
El silencio es uno de los elementos primordiales en un montaje de sonido. Su correcta búsqueda, uso y gestión enriquecerán considerablemente cualquiera de nuestros trabajos.
En el plano de lo sensorial y atendiendo a la premisa de que el silencio no existe (es sin ser), creo interesante establecer distintos niveles para su empleo y clasificación. Hablamos de entornos silenciosos cuando nos referimos por ejemplo al interior de una catedral vacía en plena madrugada. También consideramos silenciosa una secuencia que transcurre en el interior de un ascensor con varias personas murmurando, después de venir de otra secuencia que se desarrolla en un exterior urbano ajetreado en plena hora punta. En el primer caso entendemos como tranquilo desde el punto de vista sonoro el ambiente de la catedral, porque apenas oiremos nada del exterior y del interior no percibiremos más que algún sonido ocasional reverberado, que comparado con lo que allí podría sonar teniendo en cuenta las condiciones acústicas del contexto (Bach en un órgano) apenas es nada. En el segundo ejemplo, viniendo de la fatiga acústica que podríamos llegar a transmitir en una Gran Vía de viernes a las 14:37, la maquinaria del ascensor, su zumbido, la electricidad, los roces de la ropa, los pequeños movimientos corporales y los comentarios a media voz de los ocupantes acerca del horrible aspecto del protagonista, nos parecen nimios; configuran un descanso auditivo.
Por tanto, asignamos distintos valores y cualidades al silencio comparándolo con los sonidos que tomamos como referencia. Utilizamos ruidos para generar silencios.
Aprovechando la fantástica dinámica y la enorme capacidad de detalle que nos brinda el cine, podemos jugar con el umbral de audición o la constancia perceptiva. Podremos variar los puntos de escucha o focalizar la atención del espectador tan sólo rebajando el número de capas de nuestro montaje, disminuyendo su nivel relativo o haciendo desaparecer sonidos mantenidos. La concepción del montaje sonoro en “Déjame entrar” (2008) de T. Alfredson es un excelente ejemplo de cómo centrar la atención del espectador oscureciendo determinadas capas, casi haciéndolas desaparecer en el vacío para resaltar otras. En “Baraka” (1992) de R. Fricke, la secuencia del monje shintoista haciendo sonar una campana en una calle atestada de gente es otra fantástica muestra de cómo silenciando a la multitud un simple sonido puntual puede adquirir un peso específico increíble. En este caso en concreto llega a adquirir un carácter extrasensorial, espiritual.
En la narración, el silencio nos ofrece multitud de posibilidades. Haciendo un símil con la música, además de ritmo, le podemos asignar valores melódicos o incluso armónicos. Encontramos este uso en la filmografía de Javier Rebollo (“Lo que sé de Lola” (2006), “La mujer sin piano” (2009)). Las variaciones rítmicas en planos fijos de imagen, los distintos niveles de sonido, configuran micro-montajes que nos remiten a la música concreta. Breves piezas musicales compuestas por sutilezas que se despegan de un fondo constante que puede ser interpretado como silencio revisten de una entidad inconmensurable a los montajes de este cineasta extremadamente respetuoso con el sonido en toda su obra.
A lo largo de la historia del cine, la ausencia de sonido ha sido ampliamente utilizada para generar tensiones (desde Hitchcok a Haneke) pero también para crear distensiones. En determinados momentos de los intrincados y obsesivos montajes de Gaspar Noé (“Solo contra todos” (1998), “Irreversible” (2002), “Enter the void” (2009)) encontramos breves remansos de paz en los que descansar, aunque por lo general su uso del silencio suele ser bastante peor intencionado. Encontramos en T. Malick (“La delgada línea roja” (1998), “El árbol de la vida” (2011)) ejemplos bastante menos oscuros del empleo del silencio con fines distensivos.
El silencio nos permite igualmente sumergirnos en la subjetividad perceptiva de los personajes, definiendo lo introspectivo, pero también la inmensidad de su vivencia. Nos permite igualmente dibujar el espacio y el tiempo. Kim Ki-Duk, todo un maestro inundando de silencio imágenes con una fuerte componente poética y simbólica, (“La Isla” (2000), “El arco” (2005)), declaró en San Sebastián: “Hoy en día hablamos demasiado. Se pronuncian demasiadas palabras, demasiadas promesas incumplidas que destruyen nuestra belleza interior. El silencio preserva esa belleza, la mantiene pura”.
Además ofrece gran versatilidad, que trasciende los géneros. Si en un thriller, generará suspense, en el drama otorgará peso emocional y gravedad (el maestro Benedetti habla de que nada es más ensordecedor que el silencio), mientras que en una comedia, antepuesto a cualquier gag, amplificará su comicidad.
Como herramienta estética, podemos emplearlo igualmente en gran cantidad de aplicaciones. Ya sea decisión de dirección (como el dedo de Hazanavicius muteando el stem de diálogos en su brillante “The artist” (2011)) o competencia nuestra, como esa maravillosa secuencia en la que propones llevarte la música, los ambientes y la sala para quedarte con la respiración de la afligida protagonista. Emplearemos como arma de estilo la ausencia de sonido, o de unos determinados sonidos, en muchas ocasiones.
Mi conclusión es que el silencio es un concepto, pero también un instrumento y una necesidad. Si el sonido es imprescindible en la arquitectura de una película, la gestión de su ausencia (o relativa ausencia), probablemente lo sea más.
Como diría F. Nietzsche: “El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio”.
Iñaki Sánchez
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